Los desconectados, o la tribu urbana que rechaza Internet
Hoy día cuesta creer que exista alguna persona a nuestro alrededor que no tenga una cuenta en Facebook, una bandeja de correo electrónico o haga uso de WhatsApp para comunicarse con el resto de personas. Sin embargo, las hay, y todas ellas se aglutinan en una nueva tribu urbana cuyos integrantes se hacen llamar “los desconectados”, personas que rechazan Internet y sus efectos nocivos para nuestra salud y sociabilidad.
Vivir sin Internet en 2017
Cuando alguien nos dice que ha decidido eliminar su app de WhatsApp, cerrar su cuenta de Facebook y sustituir su smartphone por un Nokia 3310 de hace diez años, puede que nuestra reacción sea la misma que si viésemos descender a un extraterrestre de su nave espacial. Sí, concebir en 2017 que una persona no esté conectada a la red nos parece demasiado raro cuando Internet está tan arraigado ya en nuestra vida, rutina y costumbres sociales. Pero lo cierto es que no una sino muchas personas ya han decidido volver a los inicios, a esos en los que para hablar solo era necesario llamar y tomar una cerveza sin necesidad de agachar la cabeza para consultar tus notificaciones de Instagram constituía una realidad más pura.
Una de estas personas es Enric Puig Punyet, un español de 36 años, doctor en Filosofía, escritor, cantante y hasta comisario convertido en uno de los embajadores de esta nueva ola, especialmente desde que hace un tiempo Punyet se percatara de lo mucho que las redes sociales e Internet estaban cambiando su vida, apresándole con sus tentáculos, obligándole constantemente a estar navegando entre tweets, webs y likes.
“Sentía saturación tras horas y horas navegando a la deriva, saltando de una página a otra sin ton ni son, viajando de un hipervínculo a otro, en apariencia haciendo de todo pero en el fondo no haciendo absolutamente nada, porque con mucha frecuencia la información que obtenemos después de un día pegados a la pantalla es dispar, en ocasiones contradictoria y no tardamos en olvidarla”, sentencia”, confirmaba a El País recientemente.
El caso de Punyet se suma al de otras muchas personas que sin necesidad de aislarse o mudarse a lo alto de una montaña siguen haciendo vida normal en grandes ciudades bastándose de un móvil de 2005 que solo permite llamar y enviar SMS como una respuesta a lo que supone Internet para ellos: un vehículo de adicción, un ente vacío que necesita de datos personales para funcionar y un foco de aislamiento en forma de personas que prefieren bucear en redes sociales antes que prestar atención a lo que esa persona que tiene delante de sus ojos quiere decirle.